24 mayo, 2012

Sacha Speedy: Crónica selvática sobre la frustración de acceder a internet



Son las nueve de la noche y entro a una de las dos cabinas de internet que existen en Sepahua, un pueblo recóndito de la amazonía ucayalina. Para llegar a Sepahua he tenido que viajar desde la ciudad de Atalaya por más de 7 horas en uno de esos botes “pongueros” de 30 metros de largo, el transporte público más utilizado en la zona. Y para llegar a Atalaya, he tenido que viajar una hora en avioneta desde la ciudad de Pucallpa.
“Felizmente hay una cabina internet”, pienso de manera anticipada. Pero mis esperanzas de conectarme, enviar unos correos, entrar al Twitter, leer algunas noticias, y enterarme de lo que sucede en el mundo ─todo al mismo tiempo─ se verán rápidamente frustradas. Las computadoras de la cabina son de los últimos Pentium 3 sobrevivientes, que milagrosamente siguen funcionando. El sistema operativo es un Windows Vista (¡Púdrete Bill Gates!) que no sé cómo lograron instalar en esos Pentiums. Las letras en el teclado no se ven y debo hacer malabares o recurrir a mi memoria mecanográfica para no escribir galimatías.

A pesar de la hora, el resto de computadoras que existen en la cabina están siendo utilizadas por un tropel de niños y adolescentes que están jugando nintendo en la compu gracias a algún emulador. Otros, una versión de Counter Strike o algunos de esos juegos donde ganas más puntos si asesinas a un gran número de personas. “Los beneficios de la tecnología”, que le llaman. A esas alturas no me sorprende la conexión lentísima del internet. En Yurimaguas le dicen “SachaSpeedy”, me dice irónicamente un amigo. Me encanta el sincretismo del apodo. No podrían encontrar otro mejor. Uno de los significados de “sacha” es falso o pseudo en quechua. El “Pseudo Rápido”. La conexión es tan lenta que hasta me parece sentir que mi barba crece más rápido mientras espero a que cargue la página web de La Mula. 

Logro enviar un par de correos después de media hora de espera; un miserable tweet después de varios intentos y colgadas de página; y logro ver solo 10 segundos de un video en Youtube antes que la computadora empiece a sufrir agónicamente. Me retiro frustrado y me dirijo rápidamente a mi modesto hospedaje, ya que recuerdo que a las 11 de la noche la energía eléctrica se corta en todo el pueblo. Es mejor llegar a la habitación mientras haya luz para evitar sorpresas con algún insecto o araña en las sábanas. Dicho y hecho, el pequeño televisor de mi cuarto se apaga abruptamente cuando estaban empezando los programas nocturnos de las 11 de la noche. Creo que es mejor así. La Selva me evita ver las atrocidades de Miyashiro, Carlín, Tapia y compañía.

En la ciudad de Atalaya me va “menos peor”. Las web, el correo y el Twitter mejoran, pero a pesar de que estoy en un hotel con internet inalámbrico exclusivo, sigo sin poder ver videos por más de dos minutos. Y ni hablar de seleccionar la opción HD. Pruebo mi flamante modem usb de la empresa Claro ─“pa, pa, parapaaaa…todo es posible mi amor este verano”─ pero es peor. Me aguanto de no estrellar el modem contra la pared. Entro a una cabina internet y el problema audiovisual empeora. Lo único similar en la cabina es el tropel de niños y adolescentes chateando y jugando a matar personas. Hablo con Juan López, director de Radio San Antonio en Atalaya y me dice que esa velocidad del internet es en toda la ciudad y el resto de poblados amazónicos.

Hace unos años le pregunté a Juan si podía enviarle algunos programas y reportajes radiales que habíamos producido en Lima. Estaban comprimidos en archivos mp3 y pretendía enviárselos por correo o FTP. Pero la conexión en su localidad era tan lenta que intentar enviar un archivo de más de 5 megas convertía a la tarea en titánica. Estamos en pleno 2012 y la única manera de enviar desde Lima alguna información en audio o video a aquellos distritos amazónicos es por encomienda terrestre o courier. Y recién llegará a su destino luego de dos o tres días.

La verdad es que no sorprende la situación del internet en zonas rurales. El año pasado viaje al distrito de Nuevo Occoro, a tres horas de la ciudad de Huancavelica y estuvimos desconectados de teléfono e internet por cerca de una semana. No había señal ni existían cabinas en el pueblo.

¿A qué voy con todo esto? Finalmente, yo regreso a la ciudad y vuelvo a estar conectado nuevamente, al igual que millones de personas que vivimos en las urbes. Pero, ¿qué sucede con el acceso a internet de millones de peruanos que viven en zonas rurales alejadas? Miles de colegios rurales no cuentan con electricidad o solo la tienen por breves horas. Las viejas computadoras con las que cuentan se convierten en otro adorno más. Y a pesar que el video tiene un gran potencial como herramienta pedagógica, la esperanza de utilizar el océano de información audiovisual que existe en la web o producir y subir sus propios videos, se estrella contra la falta de acceso a internet o contra la conexión de tortuga coja. Hay una inequidad en el acceso a información por internet. Y esta inequidad se convierte en otra forma de discriminación. ¿Feliz día del internet? JA.

Artículo escrito para SPACIO LIBRE


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