16 febrero, 2012

Los desastres “naturales” también son Marca Perú



Cada vez la misma cantaleta. Todos los años vemos las mismas imágenes y se escriben los mismos artículos. Si publicáramos hoy una columna escrita el año pasado y la hiciéramos pasar como actual, nadie se daría cuenta. Las inundaciones, el desborde de los ríos y los huaycos ya forman parte de nuestra idiosincrasia. Casi un “atractivo” más de un folleto turístico. A ese paso, los desastres también están ganándose el derecho de formar parte de nuestra Marca Perú. 

¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué razón seguimos enfrentando todos los años este mismo problema? La respuesta no es difícil. La Cultura de Prevención no ha terminado de institucionalizarse en nuestro país. Ni en nuestras costumbres ni en nuestros planes de gobierno. A pesar que el Perú es un país altamente vulnerable. Y esa es una gran deuda que tenemos todos los peruanos hacia nosotros mismos. 

Debido a la falta de una Cultura de Prevención, ni los municipios ni las autoridades del gobierno nacional contemplan como prioridad realizar medidas básicas para prevenir los desastres. No lo han internalizado. Los funcionarios prefieren dar prioridad a otros temas, aún así sepan que los desastres ocurran tarde o temprano. Porque lo harán. Con la puntualidad de un reloj inglés. Salvo que el desastre afecte a Machu Picchu u otro lugar “importante”, la ayuda a muchos pueblos remotos podría tardar días. Las imágenes de las viviendas inundadas es tan típica todos los años que ya parece un logo. Casi es parte de nuestra identidad. De nuestra Marca Perú. 

En lugar de Cultura de Prevención, en nuestro país impera la Cultura del Ultimón. El que hace las cosas a última hora. Muchos desatinados alcaldes o presidentes regionales pretenden construir las defensas ribereñas recién en enero o febrero, cuando las lluvias ya se han convertido en torrenciales. Son Ultimones. Y cuando ocurre lo peor, la culpa se la echan a otros: “los desastres naturales se deben a la inclemencia de la naturaleza”, o “el Senamhi falló en su pronóstico”. Los periodistas también echan leña al fuego porque en todos los reportes utilizan estas dos palabras: “desastres naturales”.

Pero un momentito. Desmitifiquemos eso de una vez por todas. Los desastres “naturales” no existen. Nos hemos mal acostumbrado a llamarlos “naturales” cuando es todo lo contrario. Una cosa son los fenómenos naturales y otra muy diferente los desastres. Este último solo ocurre cuando previamente existe una vulnerabilidad. Y casi siempre esta vulnerabilidad se debe a la actividad humana. 

Por ejemplo, nosotros somos culpables de la deforestación. La presencia de bosques es una de las medidas más efectivas para frenar el desborde de los ríos, sin embargo deforestamos y provocamos nuestra propia vulnerabilidad. Sin bosques las inundaciones llegan a niveles catastróficos. 

Así que dejemos de culpar a la naturaleza y de negar nuestra propia responsabilidad. No pretendamos invisibilizar nuestra culpa y comprendamos que los desastres no son “naturales”. Son desastres sociales o humanos, provocado por nosotros. Empezar a cambiar la manera en que calificamos a los desastres sería un primer paso. Uno bien importante. 

Abracemos de una vez la Cultura de Prevención. Abordarla de manera integral. Desde las familias, los colegios, las universidades, los municipios y las organizaciones sociales. Aprendamos a gestionar el riesgo. Asumir que somos un país sísmico. Un país con lluvias y sequías. Que recibe la constante visita de El Niño y también de su hermana La Niña. Cuando se presente un nuevo fenómeno natural que no nos agarre con los pantalones o las faldas abajo. No lamentemos millonarias pérdidas económicas o lo que es peor, la muerte de algún compatriota por un desastre social que muy bien pudo ser prevenido.


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