28 abril, 2008

Sembrando agua, cosechando futuro

El futuro del manejo del agua en los Andes, podría estar en nuestro pasado prehispánico, con una propuesta de probada eficacia. Se trata de las amunas, un antiguo sistema de «siembra» y «cosecha» de agua.

La «champería» se ha iniciado. Al compás de la tinya (tambor) y del wakra (trompeta), decenas de hombres y mujeres de la comunidad de Tupicocha, en la parte alta de la cuenca del Lurín, se dejan llevar por la música, el baile y los gritos. Rindiendo culto a la Mamacatiana y al Taytapincollo —los dueños o cuidadores del agua—, limpian canales y acequias que forman parte de las amunas, un antiguo sistema de «siembra» y «cosecha» del agua. Según algunos especialistas, el término amunas provendría de la palabra quechua amuy, que significa «retener». Y es precisamente eso lo que realizaban los pobladores altoandinos en tiempos preincaicos: desviar el agua de las lluvias hacia acequias especialmente construidas con este fin, para luego «sembrarla», es decir, filtrarla hasta la roca del subsuelo o el acuífero. Meses después, en época de estiaje, el agua reaparecía en la parte media o baja de la cuenca, en forma de manantiales o arroyos, lista para ser utilizada en las actividades agropecuarias. Es lo que se conoce como «la cosecha del agua».

En el estudio «Las amunas de Huarochirí» —del que es coautor el economista Andrés Alencastre, del proyecto Gestión Social del Agua y Ambiente de Cuencas (GSAAC)— se explica el funcionamiento de este sistema de captación y almacenamiento de agua en la sierra alta de Lima, desde el momento en que se «roba» el agua de la quebrada, para llevarla por las acequias amunadoras y depositarla en suelos permeables, hasta su «cosecha», varios meses después, en plena época de estiaje.

Tal sistema es hoy posible, en parte, gracias a que hace veinte años los lugareños construyeron una serie de pequeños reservorios que actualmente almacenan de 20 mil a 100 mil metros cúbicos. «Tardamos ocho años en lograrlo, pero lo hicimos con el esfuerzo de la comunidad y utilizando técnicas propias», recuerda Teodoro Rojas Melo, alcalde de Tupicocha. No debemos olvidar, sin embargo, que el sistema de las amunas depende de mucho más que solo infraestructura. «Las amunas también son una organización, una jerarquía, un culto y un manejo del territorio», asegura Alencastre. «Es un sistema de vida que articula todas las partes de una cuenca».

Amunas frente al cambio climático

Ante el actual proceso de cambio climático global —una de cuyas consecuencias más perniciosas sería el incremento en la duración de los periodos de sequía y lluvias—, la pregunta cae por su propio peso: ¿pueden convertirse las amunas en una alternativa de uso masivo para mejorar y garantizar el acceso al recurso hídrico en las cuencas andinas? Alencastre está convencido de que sí. «Si se construyen como parte de una política mayor, las amunas son una buena alternativa para disminuir la vulnerabilidad que puede provocar la falta o exceso de lluvias», sostiene.

Para el estudioso, es el Estado el llamado a promover una mayor difusión del sistema de las amunas. En su visión, el primer paso consiste en tomar conciencia de las tecnologías andinas con potencial para cambiar los paradigmas actuales. Luego, debe formarse y fortalecerse la institucionalidad competente, para finalmente articular el sistema de las amunas con un solo esquema de gestión del agua en las cuencas.

En el caso de las amunas, se trata de una técnica cuya eficacia ya ha sido comprobada por los campesinos de la sierra alta de Lima. Todo lo que tenemos que hacer es cosechar el fruto maduro que los campesinos andinos, hace ya mucho tiempo, sembraron. Obviamente, combinando esos conocimientos con los avances actuales.

(Publicado en "La Revista Agraria", Nº94, abril 2008)

http://www.cepes.org.pe/revista/r-agra94/LRA94-16.pdf

Un enlace a un video realizado por GSAAC sobre la experiencia de la comunidad de San Andres de Tupicocha para preservar "Las Amunas"


30 marzo, 2008

Desastres "naturales": ¿podemos prevenirlos?

Los desastres llamados «naturales» son una espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza del agricultor peruano. A pesar de su nombre, este género de desastres tiene como gran responsable al ser humano. ¿Es posible minimizar los riesgos?

«Nuestra sociedad aún no ha aprendido las lecciones de experiencias previas. Por eso seguimos sufriendo lo mismo», sostiene el geólogo Juvenal Medina, jefe del Programa de Prevención de Desastres del ITDG, ONG inglesa con sede en el Perú.

Las cifras parecen confirmar esa afirmación. Solo en lo que va del año, las intensas lluvias en 17 regiones del país generaron más de 10,800 damnificados y más de 562,364 afectados, según cifras del Instituto de Defensa Civil (Indeci) al 13 de marzo. En el sector agrario se registraron 316 hectáreas destruidas, mientras 14,599 hectáreas resultaron afectadas, especialmente en las regiones de Amazonas, Lambayeque, Tumbes y Ucayali.


Hasta el cierre de esta edición no se tenía una cifra oficial sobre las pérdidas económicas en el sector, principalmente respecto a las generadas por la pérdida de cosechas. Por lo pronto, el presidente regional de Lambayeque, Yehude Simon, calculó que, solo en su departamento, las pérdidas ascenderían a S/.10 millones. El gobierno regional de Huánuco maneja una cifra similar, mientras que en Tumbes las autoridades afirman que la pérdida de la producción de banano y arroz, así como los daños en infraestructura de riego, ascienden a S/. 45 millones.

¿Desastres naturales o humanos?

En el Perú los desastres conviven con su historia: lluvias, inundaciones, sequías, heladas, granizadas, Niños, Niñas, y terremotos, han dejado sentir sus efectos en aquellas zonas agrícolas que se encuentran en permanente riesgo. Pero ¿debemos echarle la culpa solo a la naturaleza? A su manera, Medina adelanta una respuesta cuando dice que no se deberían llamar «desastres naturales»; lo que existe son eventos generados por fenómenos naturales, y los desastres se deben a la existencia de una vulnerabilidad que es producto, muchas veces, de la actividad humana, como sucede, por ejemplo, con la deforestación. «Es como achacar a la naturaleza una responsabilidad que no tiene y seguir negando que nosotros, como sociedad, somos en gran medida responsables», asevera el experto.

Gilberto Romero —director del Centro de Estudios de Prevención y Desastres (Predes)— comparte esa opinión. Cita, como ejemplo, que en el Perú se cultivan productos que no son adecuados ni resistentes a los tipos de clima bajo los cuales crecen. Así, se siembran cultivos en áreas donde hay grandes riesgos de inundaciones, o se instalan sistemas de riego que erosionan laderas y provocan un progresivo deterioro del suelo.

Gestionando el riesgo

Un primer paso, y de la mayor importancia, para la prevención es aprender a manejar información climática para la toma de decisiones de siembra, cosecha, etc. «Ni el Estado ni los agricultores tienen la costumbre de manejar información climática: es una cultura que hay que sembrar», explica Romero. La responsabilidad del Estado sería aun mayor, pues, según el experto, la información climática o hidrometeorológica que producen el Senamhi, Inrena y otras instituciones estatales es deficiente, y no existen canales de comunicación adecuados para que los agricultores accedan a ella.

Otro problema es la falta de institucionalización de la gestión de riesgo. A pesar de la existencia de un Plan Nacional de Prevención y Atención de Desastres, coordinado por el Indeci, todavía hay mucho pan por rebanar. Es más, bajo la actual política de desarrollo que se promueve en el país, el análisis del riesgo no está integrado en el proceso de toma de decisiones gubernamentales.

«Se hacen inversiones públicas sin tomar en cuenta los riesgos presentes en el territorio, y es por eso que son vulnerables», asegura Medina. Así, luego del fenómeno de El Niño de 1983 se promovió la reconstrucción de la infraestructura afectada, en los mismos lugares, sin considerar la recurrencia de estos eventos. Como era de prever, El Niño de 1998 afectó las mismas obras. Para Medina, «esta es una clara muestra de que no hay aprendizajes ni lecciones».

Desde hace algunos años se han desarrollado propuestas y experiencias con el fin de aplicar estrategias de adaptación o de mitigación para que los agricultores pongan su producción a buen recaudo. Así, se han construido estructuras de protección de cultivos, principalmente terrazas, y se ha reforestado con la intención de dificultar deslizamientos, entre varias técnicas existentes para prevenir desastres «naturales».

Con todo, lo más importante es que los planes de prevención del Estado sean capaces de valorar y fortalecer las capacidades locales, como las capacidades de los agricultores, que son quienes más experiencia tienen en enfrentar este tipo de desastres.

(Publicado en "La Revista Agraria", Nº93, marzo 2008)

http://www.cepes.org.pe/revista/r-agra93/LRA93-10-11.pdf