03 diciembre, 2012

¿Los conflictos sociales se reducirán si las comunidades se convierten en accionistas?


Las actuales autoridades del gobierno central tienen una visión muy limitada ─y hasta se podría decir peligrosamente discriminatoria─ sobre las peruanas y peruanos que se dedican a la pequeña agricultura y ganadería en el sector rural del país. Una actividad fundamental ya que es la base alimentaria de millones de familias peruanas, especialmente en las ciudades.
Las recientes declaraciones del presidente Ollanta Humala son tan claras, que ni sus más acérrimos defensores podrían maquillarlas: “Perú tiene una minería moderna del siglo XXI, frente a actividades renovables arcaicas, muy artesanales, del siglo XIX como la agricultura y la ganadería…” (En entrevista para el diario español El País). Y no solo eso. Esta posición gubernamental se vio refrendada “casualmente” días después con las propias declaraciones del Presidente del Consejo de Ministros, Juan Jiménez, que se mantiene callado en otros temas, pero que en este declaró sin desparpajo: “No es posible que al lado de una gran empresa minera se encuentren poblaciones que probablemente todavía permanecen en la edad de piedra”, (dixit).
Vayamos por partes. ¿A qué tipo de modernidad se están refiriendo tanto el presidente como su premier? Al parecer a la “modernidad” expresada por la actividad industrial minera, que el presidente rechazaba hace unos meses pero que ahora abraza sin disimulo. ¿Se puede llamar “modernidad” a los innumerables casos de contaminación minera en ríos, tierras y bosques que las comunidades denuncian desde hace décadas? ¿Se puede llamar “modernidad” a lo ocurrido en La Oroya y Choropampa? ¿Se puede llamar “modernidad” a las deplorables relaciones comunitarias que han realizado las empresas mineras, que en algunos casos ha llegado a pretender corromper a las dirigencias y hasta la tortura de campesinos? ¿De qué modernidad estamos hablando?
Pero vamos a darle el beneficio de la duda al presidente Humala. Quizá con “moderna” se refería al atraso tecnológico de la pequeña agricultura. Porque obviamente se refería a la pequeña agricultura. Los grandes agroexportadores sí cuentan con latifundios, plantas procesadoras y tecnología de punta. Pero ¿quién es responsable de ese atraso tecnológico? La pequeña agricultura necesita mejorar tecnológicamente sin embargo ha sido abandonada y olvidada por los gobernantes en los últimos 30 años. Y el gobierno de Humala no es la excepción. Cada año se siguen reduciendo los presupuestos destinados a la investigación agraria y a las políticas del sector, tal como lo ha criticado OXFAM. Los campesinos y pequeños agricultores tienen poquísimas opciones de convertirse en sujetos de crédito en algún banco y la opción a que los están conduciendo es a vender sus tierras, convertirse en trabajadores mineros mal pagados, o trabajar como peones en la agroexportación.
¿Qué dirá Gastón Acurio al escuchar al presidente Humala calificar a la agricultura como una actividad “arcaica”? Desde los últimos 10 años, Acurio ha luchado por que en el Perú urbano se revalore el trabajo de la pequeña agricultura y de los campesinos de las comunidades. Ha promovido aquellos productos agrarios que ningún gran latifundista agroexportador sembraría porque “no son rentables”, pero que una campesina de las alturas de Huancavelica sí lo haría porque forma parte de su historia y tradición.
APEGA, institución que agrupa a los gastrónomos peruanos está promoviendo un gran proyecto para recuperar miles de andenes peruanos. Así es, aquella tecnología preincaica que alimentó a todo un imperio y que ahora ─en medio de la amenaza del cambio climático y la inseguridad alimentaria─ es una gran alternativa para poder garantizar el alimento a miles de familias peruanas en las ciudades. Sin embargo, bajo el concepto de “modernidad” de Humala y Jiménez, nuestros tradicionales andenes serían demasiado arcaicos. Ay fo, dirían.
Este menosprecio a las comunidades campesinas y a la pequeña agricultura no es nuevo en el país. Se viene acentuando en los últimos años, debido a que las tierras de las comunidades se han convertido en una estratégica mercancía no solo para las empresas extractivas sino también para las agroexportadoras que siembran monocultivos o agrocombustibles en lugar de alimentos. El gobierno de Humala parece haber heredado la nefasta filosofía del expresidente Alan García llamada “El síndrome del perro del hortelano”, donde, en resumen, el líder aprista menospreciaba la existencia de las comunidades y solo le faltó decir que lo mejor era que desaparecieran para que las tierras las usen los que sí tienen dinero. Es decir, las empresas extractivas o latifundios.
Lo más preocupante es el paradigma occidental de desarrollo que está detrás de las declaraciones de Humala y Jiménez. Un concepto que implica posicionarse como un país del llamado “tercer mundo” y considerar la existencia de países más avanzados. Un concepto donde el menos desarrollado está obligado a intentar evolucionar hacia ciertos niveles de industrialización y urbanización, así como la adopción de valores culturales “modernos”, obviamente occidentales. Sin embargo, dicha noción también implica desterrar las antiguas instituciones sociales, las filosofías ancestrales, es decir todo lo considerado tradicional. Y eso es lo que está pasando. Ya no se está hablando de una convivencia entra la minería y la agricultura. Ahora se habla de una fórmula más radical: “que la minería es moderna mientras que la agricultura es arcaica y está en la edad de piedra”. El intento es obvio: convencer a los peruanos que los agricultores son Pedro Picapiedra, que no son “modernos” y que son un lastre. Realmente una peligrosa posición gubernamental.

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