16 abril, 2012

¿La tierra para el que tiene más plata?

Caricatura de Carlín (Diario La República)

Solo te acuerdas los pequeños agricultores peruanos cuando viene un nuevo Mistura. Alabas el trabajo de un agricultor solo cuando ves a un chef hablar sobre lo importante que es la papa peruana. Y lo compartes alegremente en tu Facebook. Pero el resto del año están ausentes de tus redes sociales y conversaciones. Te das cuenta de las agricultoras y agricultores cuando en los noticieros ves que han perdido sus cultivos por las lluvias o inundaciones, y lo primero que piensas: “van a escasear los alimentos y van a subir los precios”. Te acuerdas de los agricultores cuando ─desesperados por no ser escuchados por las autoridades─ bloquean alguna carretera pidiendo mejores condiciones al gobierno. Y lo que piensas es: “que vaya la policía y los lleve a la cárcel por bloquear a los buses en la carretera”. En el fondo no te importa el campo ni lo que les pase a miles de familias que se dedican a la agricultura. Salvo que sus problemas te afecten directamente. Por ejemplo en el acceso a tu acostumbrado lomo saltado o tu cebiche de fin de semana. “No puede ser. Hay que apoyar a los agricultores, no nos podemos quedar sin el arroz con pollo”, dirías. 

Uno de aquellos problemas que te niegas a ver es sobre la falta de tierra para cultivar alimentos que enfrenta en la actualidad la pequeña agricultura. Los pequeños propietarios están perdiendo sus tierras o no están accediendo a nuevas tierras para seguir desarrollando su actividad. Un caso ejemplar es la actual subasta de tierras del Proyecto Olmos, que fue retratado certeramente por Carlín, en una caricatura que reproduzco en esta columna. 

Muchos opinólogos neoliberales pretenden negar y tapar de manera casi desesperada, lo que es un hecho a gritos: que el Perú está viviendo una tendencia hacia la neolatifundización, con todas las distorsiones sociales y económicas que eso conlleva. Es decir, estamos en medio de un proceso de concentración de tierras en pocas manos, muchas veces ligado a características de acaparamiento. Para comprobar esta tendencia, las cifras no deben tomarse en un consolidado nacional, sino que debe enfocarse a una zona particular: la costa peruana, donde la tendencia es más fuerte. Analizar y comparar las cifras solo a un nivel nacional, es pretender manipular y esconder algunas conclusiones. 

Las últimas cifras agrarias que tiene el país son las del último censo agropecuario de 1994. Allí se establecía que las áreas de cultivo bajo riego en la costa bordeaban las 780 mil hectáreas. Según el censo, todas las unidades agropecuarias eran menores a las mil hectáreas. Sin embargo, ahora se terminarán de incorporar las 78 mil nuevas hectáreas de los proyectos de irrigación de Chavimochic y de Olmos, con lo cual las unidades agropecuarias con más de mil hectáreas aumentarán, y concentrarán la quinta parte de las tierras agrícolas de la costa. La quinta parte. Y son tierras donde no se está cultivando necesariamente alimentos para la demanda nacional, sino cultivos para biocombustibles o hacia la exportación. Una política neolatifundista promovida por los gobiernos de los últimos 20 años. 

El primer argumento que se esgrime para defender los latifundios agroindustriales de 10 mil, 20 mil o 30 mil hectáreas es que es la “única” o la “mejor” manera de realizar cultivos de agroexportación. Eso es una mentira más grande que todas las tierras compradas por el grupo Gloria. Los productores cafetaleros que en promedio poseen entre 2 a 3 hectáreas han demostrado que se puede hacer muy buena agricultura de exportación. Y esa oportunidad también la deberían tener otros miles de pequeños agricultores a través de políticas gubernamentales de asociatividad. Entonces surgen dos preguntas: ¿Por qué no se promueve fuertemente estás medidas de asociatividad de los pequeños agricultores? La otra pregunta más preocupante es: ¿Por qué se sigue defendiendo el monopolio de tierras de estas grandes empresas agroindustriales como Gloria, Romero, Oviedo, Camposol y Maple? 

A estas empresas no solo se les otorgan cuantiosos beneficios tributarios, sino que también se le venden tierras baratas que han sido subsidiadas por el Estado Peruano. Osea con la plata de todos. En la primera subasta de tierras de Olmos, cada hectárea de tierra se vendió a las empresas postoras a 5 mil dólares americanos. Sin embargo, esta hectárea eriaza y ganada por el Estado nos costó a todos los peruanos la suma de 20 mil dólares (según lo habría confirmado el propio Fernando Cillóniz, presidente del Comité de la Subasta de Tierras de Olmos). ¡Y se la vendemos barata a los grupos empresariales a solo 5 mil dólares! Cualquier economista con dos dedos de frente diría que el Estado hace una mala inversión. Pero extrañamente en el caso del proyecto Olmos no dicen ni pío. 

Acá no estamos hablando de corporaciones “malvadas” o que ya no deban existir. Lo que estamos hablando es que dichas corporaciones no necesitan 10 mil o 20 mil hectáreas para hacer agricultura a gran escala. Pueden hacerlo con mucho menos hectáreas. Lo contrario es simplemente acaparamiento de tierras. Tampoco estamos hablando de apoyar a un minifundio con tierras fragmentadas que son económicamente insostenibles, sino de promover una política de asociatividad dirigida a la pequeña agricultura, sector primordial en el abastecimiento de alimentos del país. Para tu lomo saltado y tu arroz con pollo. 

Que las oportunidades de acceder a nuevas tierras agrícolas también la tengan los pequeños y, porque no, los medianos agricultores. Que las tierras no sean para el que tiene más plata. ¿Por qué les niegan esa oportunidad? ¿Qué hay detrás de esa discriminación? Y en el caso de Olmos ¿dónde quedó la palabra favorita del presidente Humala?





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